9 abr 2012

Curiosa relación padres-hijos...¿Ustedes qué opinan?


Se llamaba Mediterráneo, aunque siempre había vivido en un pueblo de los Pirineos; cosa de los padres, que no habían podido conocer el mar. De niño, se prometió a sí mismo que no haría como ellos y que un día vería aquel lejano cielo líquido.
Llegado el momento, Mediterráneo se lanzó a la aventura de cumplir el deseo que sus padres le habían dejado en herencia: subió y bajó montañas, atravesó campos, cruzó ríos, siguió miles de caminos… hasta que un olor diferente en el aire le indicó que el sueño estaba cerca.
Cuando llegó a la playa, cayó de rodillas, agotado. Cogió un puñado de arena, y se le escabulló por entre los dedos. De la misma forma, se le escaparon las lágrimas de los ojos.
Un minuto después, alguien hizo exactamente lo mismo a su lado. Cuando la emoción le permitió hablar, el recién llegado le preguntó:
-¿Cómo te llamas?
-Mediterráneo, ¿y tú?
-Cantábrico…
Mediterráneo lo miró con verdadera lástima.
-…Pero paso de seguir mi viaje –prosiguió Cantábrico-. Me quedo aquí. Estoy reventado, tú.
-Los padres a veces pueden llegar a ser muy crueles –sentenció Mediterráneo.
-Tienes razón –reconoció Cantábrico.
Los dos permanecieron sentados en silencio, arrullados por el murmullo de las olas rotas, mientras se acordaban de sus respectivos padres.

11 mar 2012

Vaya, ¿somos realmente los aristócratas tan peculiares? ¿Qué opinan ustedes?


Lo primero que hizo la señora marquesa fue dar un alarido impropio de su alta cuna. Lo segundo, llamar con voz desesperada a su fiel y segura servidora:
-¡Merceditas, ven inmediatamenteeeee! ¡Que me da un soponciooooooo!
Todo era menudo en Merceditas: su estatura, su voz, sus pasos al correr en auxilio de la señora, su sueldo, y hasta su nombre.
-¿Qué le sucede, señora? –preguntó, con suma mesura.
Si la señora marquesa no hubiera sido víctima de los nervios, habría podido explicarle que al pasar por el salón había girado su perlado cuello hacia la derecha para admirar su distinguida imagen en un hermoso espejo, regalo de Cuqui de las Rozas. Mas, ¡ay!, en lugar de encontrar el reflejo de su enjoyada y señorial madurez, no vio nada. Absolutamente nada. El susto había sido morrocotudo.
La noche anterior, la señora marquesa había padecido insomnio. Como era demasiado tarde para llamar a alguna de sus amigas, encendió el televisor. Ante su noble yugular apareció, en plena acción, un vampiro de celuloide. A la señora marquesa no le estremeció el afán succionador del protagonista, sino que un conde tan apuesto y con tanta clase no se reflejara en el espejo.
Y ahora, a ella le había sucedido lo mismo. Por más que pasaba una y otra vez delante del regalo de Cuqui de las Rozas, la marquesa simétrica se resistía a aparecer. ¿Cómo explicárselo a Merceditas, si estaba tan aterrorizada que la voz no le salía del cuerpo? Se limitó a señalar varias veces con su ensortijado índice hacia la pared.
Merceditas era menuda, pero menuda era Merceditas; conocía bien a la señora, e interpretó rauda y veloz aquellos aristocráticos gestos.
-Si lo que quiere saber es dónde está el espejo –aclaró-, me lo he llevado para limpiarlo. Enseguida se lo traigo.
De repente, la señora marquesa comprendió el misterio: no se había reflejado… ¡porque el espejo no estaba! ¡Pero qué atolondrada…! Qué susto…Durante unos angustiosos instantes, había pensado con horror que, por desconocidos avatares del destino, la vida la había degradado a condesa.

26 feb 2012

Esto no parece un cuento, sino la descripción de una escena real...¿Qué opinan ustedes?


Hacía tiempo que su bocaza carmín había perdido cualquier asomo de pudor; le resultó por lo tanto extremadamente fácil decirme con una naturalidad pasmosa:
-¿…Te lo puedes creer? Me enamoré de él en cuanto le vi… ¿No es precioso?
Me dirigió una mirada embriagada y gozosa, mientras permitía con aires liberales que su ávida mano se deslizara sensualmente por la lisa superficie del mueble, una y otra vez, incansable, insaciable.
Lo observé con detenimiento y curiosidad, pero sin atreverme a tocarlo.
Antes de darle la convencional respuesta afirmativa que estaba esperando, la lógica más aplastante me hizo ver que el afortunado mueble debía de tener, sin duda alguna... madera de gigoló.

19 feb 2012

Vaya, parecían tan amigas, y sin embargo...¿Ustedes qué opinan?


Eusebia y Felicia se inclinaron levemente sobre la pared de piedra para echar un vistazo al tenebroso y húmedo interior.
-¡…Hooooolaaaaaaaa…..! –gritó Eusebia.
Un eco lento, perezoso, profundo, grave, le devolvió el saludo. Con él, Eusebia creyó haber recuperado la ilusión infantil.
-Oye, Feli, ¿por qué no pedimos un deseo?
Felicia no pudo evitar una sonrisa un poquito escéptica.
-Euse… ¿no crees que somos ya demasiado mayores para estas tonterías?
Pero su amiga no le hizo caso. Al contrario, cerró los ojos y pensó, imaginó, creyó. Segundos más tarde, los abrió con satisfacción y señaló con el dedo a Felicia.
-Ya está. Ahora te toca a ti.
La mujer se encogió de hombros y procedió de igual forma. Cuando finalizó, su cara mostraba una pícara sonrisa.
-Bueno, pues a ver qué pasa ahora…
No tuvieron que esperar mucho: de repente, las dos cayeron de cabeza al interior del pozo, sin tiempo para tirarse de los pelos, ni para maldecirse, ni siquiera para reconocer un brote de traición en la mirada de ambas.

12 feb 2012

Vaya, vaya, creo que ni era tan tonto, ni estaba tan loco...¿Qué opinan ustedes?


¿Qué probabilidades tenía el señor más feo, tonto y loco del barrio, de besar a la chica más guapa que pasaba por la calle?
Muy pocas. Poquísimas.
Pues aquel día sucedió. El destino se la colocó al lado de unos contenedores de basura.
Ella,  joven y guapa, muy guapa, en contraste con la calle, rancia y sombría. Esperaba a una amiga, con la que había quedado para comer, y no se le ocurrió otra cosa que pasear por la acera para hacer tiempo.
La masculina mirada, tan alta como extraviada, se paró en seco en cuanto la vio. ¡Aquella femenina belleza destacaba tanto al lado de los contenedores…!
Él abrió mucho los ojos, pasmado. No fue necesario que abriera la boca: la mandíbula cedió ante tales encantos. En el interior, la campanilla temblaba de emoción. Los flechazos son así.
-Hola –pudo al fin decir el señor. Era feo, tonto y loco, pero no tímido.
-Hola –respondió ella, que además de joven y guapa, era educada.
La mirada extraviada actuó con romántico arrojo:
-¿Nos conocemos?
La guapa, que además de joven y educada, era sincera, contestó:
-No lo creo. Me acordaría.
La osadía del señor parecía no tener límites.
-Me presento: yo soy Pedro.
E inmediatamente, le estampó dos besos. Por algo, además de feo, tonto y loco, era el más rápido del barrio.
La guapa, que además de educada y sincera, era de reacciones lentas, se vio obligada a responder a las muestras de afecto del desconocido.
Él vio el cielo abierto, y apostó el todo por el todo:
-¡Te invito a un café!
Ella estuvo a punto de declinar la oferta con una de las mil típicas excusas: tengo prisa, otro día, no me gusta el café, mi abuelita está enferma…Pero la guapa, que además de joven, educada y sincera, era muy atlética, echó a correr a toda velocidad por la calle rancia y sombría.
Él se quedó atónito y un poquito decepcionado. Fijó distraídamente la vista sobre los contenedores de basura. De repente, sonrió. No había habido café, pero al menos, había conseguido darle dos besos a la más guapa.