Hacía tiempo que su bocaza carmín había perdido cualquier asomo de pudor; le resultó por lo tanto extremadamente fácil decirme con una naturalidad pasmosa:
-¿…Te lo puedes creer? Me enamoré de él en cuanto le vi… ¿No es precioso?
Me dirigió una mirada embriagada y gozosa, mientras permitía con aires liberales que su ávida mano se deslizara sensualmente por la lisa superficie del mueble, una y otra vez, incansable, insaciable.
Lo observé con detenimiento y curiosidad, pero sin atreverme a tocarlo.
Antes de darle la convencional respuesta afirmativa que estaba esperando, la lógica más aplastante me hizo ver que el afortunado mueble debía de tener, sin duda alguna... madera de gigoló.
-¿…Te lo puedes creer? Me enamoré de él en cuanto le vi… ¿No es precioso?
Me dirigió una mirada embriagada y gozosa, mientras permitía con aires liberales que su ávida mano se deslizara sensualmente por la lisa superficie del mueble, una y otra vez, incansable, insaciable.
Lo observé con detenimiento y curiosidad, pero sin atreverme a tocarlo.
Antes de darle la convencional respuesta afirmativa que estaba esperando, la lógica más aplastante me hizo ver que el afortunado mueble debía de tener, sin duda alguna... madera de gigoló.