10 ene 2012

Este cuento me ha hecho sonreír por su humor cándido… ¿Qué opinan ustedes?

7 de la mañana. Me levanto en silencio para no despertar a mi mujer. Me aseo, tomo un café y pongo los pies en el nuevo día.
Al llegar a la oficina, Monchi, la empalagosa recepcionista, comenta la noticia más destacada, sin preguntar a los demás si les apetece escucharla.
-¡Buenos, días, buenos días, buenos días! –saluda, con su peculiar timbre de voz - ¿A que no sabías que hoy hace años de las bombas atómicas?
De repente, al oír “años” y “bombas atómicas”, siento una letal explosión interior, una radiactiva sacudida en mi esqueleto, un tiro nuclear entre ceja y ceja: ¡Es 6 de agosto, mi aniversario de boda, y no le he comprado nada a mi mujer!
Se lo comento angustiado a Monchi; ella parece encantada ante el poder que le otorga esta confidencia.
-¡Pues regálale un bolso japonés! –me sugiere, con expresión enigmática.
-¿Un qué? –pregunto, un poco mareado. El café del desayuno no me ha sentado bien.
-Sí, hombre, es un invento japonés muy guay: coges un cuadrado amplio de una tela un poco recia, con un estampado chulo; le haces cuatro dobleces por el sitio adecuado, le das la vuelta… ¡y ya tienes un bolso!
Pienso por un momento que sería imposible encontrar a una recepcionista más idiota. Doy gracias de que mi aniversario no coincida con la celebración del Día Internacional de la lepra…¿Qué regalo me habría propuesto?
La cuestión es que Monchi se ofrece a acompañarme para comprar la tela.
A la hora de comer nos acercamos a un almacén de tejidos. Ella elige una pieza floreada. Dice que es ideal. Antes de envolverla para regalo, me enseña el truco para hacer de la tela un bolso de bien.  Yo tomo nota mentalmente, pruebo y, al noveno intento, lo consigo.
Cuando llego a casa, y sin saludar a mi mujer, le entrego el paquetito con orgullo.
-¡Oh, te has acordado! –me dice, mimosa-¡Eres  un cielo!
-Venga, ábrelo… ¿No tienes curiosidad?
La cara de mi mujer destila desconcierto al ver el regalo. Perfecto, justo lo que quería.
-Oh, parece… un… un enorme trapo de cocina -acierta a decir.
Aprovecho para coger el bolso en potencia; mi momento de gloria ha llegado.
-Eso es lo que tú te crees… Esta bonita tela que ahora es sólo un cuadrado, se va a convertir en un práctico y original bolso japonés! Déjame a mí, déjame, y verás lo que hago… ¡Te vas a quedar boquiabierta!
Sigo –o creo que sigo- todas, absolutamente todas las indicaciones de la estúpida Monchi: que si cojo las esquinas por aquí, que si ahora doblamos por allá… Y cuando ya creo haber acabado, hago entrega de la metamorfosis a mi mujer, con la esperanza de que ella sepa cómo llevarlo.
-¿Es una broma, querido? –pregunta, con cierto sarcasmo- ¿Pero no ves que esto no tiene pinta de bolso ni por casualidad? ¿Es que no ves que esto es… una pajarita gigante?
(Mis excusas por no encontrar una foto más acorde con este relato; he rebuscado en mis archivos con la esperanza de encontrar la imagen de una pajarita, pero sólo he encontrado a los pobres pavos de la finada tía Doris)

5 comentarios:

  1. JaJaJa bueno la pajarita se parecia a un bolso lo mismo que los pavos de la imagen a una pajarita.
    Saluditos.

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  2. jjajaja bueno,la imaginacion al poderi, igual con un poquito de ella el bolso podria parecer un bolso...
    un saludo

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  3. Jajaja, bueno, solo es una cuestión de perspectivas. Cada uno lo miró diferente. No vi gadgets para seguir este blog, pero lo compartí igualmente.

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  4. No hay nada como regalar humo. Seguro que Monchi era en realidad dependienta del almacén de textil.

    Un saludo

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Este aristócrata ocioso y decadente leerá sus opiniones con sumo interés.